viernes, 20 de abril de 2012

Amado Nervo (Karla Susana 403)




Amado Nervo (1870-1919), poeta, novelista, periodista y ensayista mexicano, afiliado en sus comienzos al modernismo, evolucionó hacia el misticismo con una poesía de enorme contenido espiritual.
Nació en Tepic (Nayarit) y realizó estudios de ciencias, filosofía y teología. Inició su carrera periodística en Mazatlán, desde donde se trasladó, en 1894, a ciudad de México. Allí conoció a Manuel Gutiérrez Nájera y con él fundó la Revista Azul, que pretendía llevar a cabo una renovación artística. En ciudad de México escribió para distintas publicaciones, como El Mundo Ilustrado, El Nacional o El Imparcial, así como para las mejores revistas literarias del momento. Su producción de esos años, muy variada, incluía cuentos, reseñas, críticas literarias, semblanzas y versos. La obra que le dio a conocer fue la novela corta El bachiller (1896), que todavía mantenía rasgos naturalistas; pero sus primeros libros de poemas, Perlas negras y Místicas, ambos de 1898, ya presentaban características de la poesía modernista. Ese año fundó también la Revista Moderna, y al año siguiente se representó en el Teatro Principal una zarzuela suya, Consuelo.
En 1900 fue enviado como corresponsal de El Mundo a la Exposición Universal de París, donde entró en contacto con Rubén Darío y Leopoldo Lugones, cuya influencia le hizo abrazar por completo el modernismo. También conoció a importantes figuras de la literatura mundial, como Paul Verlaine y Oscar Wilde. Escribió en aquella época cuentos, libros de viaje, ensayos y, por supuesto, poesías, que agrupó en el libro El éxodo y las flores del camino (1902), un compendio de intimismo y simbolismo.
Nervo fue una personalidad marcada por la búsqueda obsesiva de Dios y por la preocupación de establecer una relación con la naturaleza de corte místico trascendente. Su religiosidad le llevó a apartarse del modernismo para encontrar una vía propia teñida de panteísmo y fervor religioso, que algunos de sus coetáneos consideraron anacrónica. Su exuberancia religiosa la manifestó en obras como Los jardines interiores (1905), que anuncia libros de serena intimidad, como En voz baja (1909), Serenidad (1914), Elevación (1917) y Plenitud (1918). Pero la obra por la que Amado Nervo es recordado y leído todavía con gran interés es La amada inmóvil (1922), publicada póstumamente, inspirada en la muerte de Ana Daillez, mujer a la que el poeta amó en vida. También escribió ensayos, como Juana de Asbaje (1910), en torno a la figura de la poetisa mexicana sor Juana Inés de la Cruz.
Desde 1905, y hasta el final de sus días, fue miembro del cuerpo diplomático, primero como secretario de la Legación mexicana en Madrid (España) y después como ministro de México en Buenos Aires (Argentina) y Montevideo (Uruguay). Nervo murió en esta ciudad y sus restos fueron conducidos a México, donde recibieron sepultura en la Rotonda de los Hombres Ilustres.


 
VIEJA LLAVE

Esta llave cincelada                                       tú, de lacas, de marfiles    
Que en un tiempo fue colgada                       y de perfumes sutiles
(Del estrado a la cancela,                               de otros tiempos; tu cautela
De la despensa al granero del llavero            conservaba la canela, 
De la abuela,                                                 el cacao, la vainilla,
y en continuo repicar                                   la suave mantequilla,
Inundaba de rumores                                   los grandes quesos frescales
Los vetustos corredores;                             y la miel de los panales, 
Esta llave cincelada,                                    tentación del paladar,
si no cierra ni abre nada,                             mas si hoy, abandonada,
¿Para que la ha de guardar?                        Ya no cierras ni abres nada,
                                                                    Pobre llave desdentada,
Ya no existe el gran ropero,                       ¿para qué te ha de guardar?
La gran arca se vendió:
Sólo en un baúl de cuero,                          Tu torcida arquitectura
Desprendida del llavero,                            es la misma del portal
Esta llave se quedó.                                    De mi antigua casa oscura 
                                                                   ( Que en un día de premura
Herrumbrosa, orinecida,                            fue preciso vender mal)
Como el metal de mi vida,
Como el hierro de mi fe,                           es la misma de la ufana
Esta llave sin llavero                                 y luminosa ventana
¡Nada es ya de lo que fue!                        Donde Inés, mi prima, y yo
                                                                  Nos dijimos tantas cosas
Me parece un amuleto                              en las tardes misteriosas
Sin virtud y sin respeto;                           del buen tiempo que
Como ni querer de acero,
Nada abre, no resuena…                          Me recuerda mi morada,
¡Me parece un alma en pena!                   Me retratas mi solar;
                                                                Más si hoy, abandonada,
Pobre llave sin fortuna                           ¿para qué te he de guardar?
…y sin dientes, como una
Vieja boca: si en mi hogar
Ya no cierras ni abres nada,
Pobre llave desdentada
¿Para que te he de guardar?

Sin embargo, tú sabias
De las glorias de otros días:
Del mantón de seda fina
Que nos trajo de la China
La gallarda, la ligera                                        
Española nao fiera.
Tú sabias de tibores
Donde pájaros y flores
Confundían sus colores;








LA HONDURA INTERIOR

Desde que sé las cosas bellas,                                 …Descanse en paz, anteojo mío,
Los mil incógnitos neveros                                       en tu gran caja de nogal:
De luz, las fuerzas misteriosas                                 ya no te asomes al vacío
Que el hombre lleva en su interior,                       con tu pupila de cristal.
¡ya no me importan las estrellas                             Descansa en paz, anteojo mío,
ni los cometas agoreros                                            en tu gran caja de nogal.                    
ni las arcadas nebulosas,
con su fosfórelo resplandor!

Ya no me importa del planeta
La claridad prestada y quieta;
Ya no contemplo al taciturno
Y melancólico Saturno,
Con sus anillos y el cortejo
De diez satélites errar
Por la extensión como un dios triste
Bajo la pompa que lo viste..

Ya no me encanta el oro viejo
De nuestra luna familiar
 ¡Que vale, en suma todo eso!
(Materias cósmicas, exceso
De vano gas en combustión…)
Vertiginoso de uno mismo
Que nos espanta la razón!

¡A qué mirar constelaciones
En el profundo azul turquí!
¡A qué escrutar las extensiones!
¿Qué nos diréis, astros distantes
Inmensos orbes rutilantes?
¡El gran misterio no está allí!

…En el silencio de mi pieza,
En tantas noches de tristeza,
En que la copa del vivir
Hay que apurar hasta las heces,
¡oh, cuántas veces, cuántas veces
Cerré los ojos sin dormir!
 º                                                                                                Amado Nervo
Y vi, sin ver, luces tan puras,
Tanto fulgor, arquitecturas
De una tan vasta concepción
Enigma tal, tales honduras,
Que ya no miro las alturas,
Y está cerrado mi balcón.


CUANDO LLUEVE…
-¿Ves, hija? Con tenue lloro
La lluvia a caer empieza.
-Sí, padre, y cayendo reza
Como una monja en el coro.

-Damiana, hija mía,
Ya enciende el quinqué;
Yo tengo melancolía…
-Yo también, ¡no sé por qué!

-Padre, el agua me acongoja;
Vagos pesares me trae.
-Damiana, la lluvia cae
Como algo que se deshoja.

-¿Oyes? Murmurando está
Como una monja que reza…
-¡Damiana, tengo tristeza!
-Yo también… ¡Por qué será?















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